viernes, 27 de noviembre de 2009

Capítulo XLIII: Cuando no sepas cómo decir algo, ¡cántalo!

En estos días de Madonna brazosdepollo, Black Eyed Peas que en directo suenan como un rebaño de cabras en una incineradora, y Lady Gaga que cada día se pone cosas que entiendo menos, una perla natural gorda como un huevo de avestruz. Que contenga sextillizos (¿avestruxtillizos?).



Trent Reznor* escribió esta canción para los Nine Inch Nails, pero hasta él mismo la reconoce como una canción de Johnny Cash. Que en paz descanse, y a los ángeles cante.

* Cada vez que oigo "Trent Reznor" pienso en esto.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Nunca es tarde para bien hacer; haz hoy lo que no hiciste ayer

Anoche me acosté, un domingo más, preguntándome quién demonios elije las canciones que aparecen en "Pekín Express", ése programa que no puedo dejar de ver.

Porque me ha robado la biblioteca musical.


Filacterias

Del DRAE, moderno, na.

(Del lat. modernus, de hace poco, reciente).

1. adj. Perteneciente o relativo al tiempo de quien habla o a una época reciente.

2. adj. Que en cualquier tiempo se ha considerado contrapuesto a lo clásico.

3. adj. p. us. Dicho de una persona: Que lleva poco tiempo ejerciendo un empleo.

4. m. En los colegios y otras comunidades, hombre que es nuevo, o no de los más antiguos.

5. m. pl. Las personas que viven en la actualidad o han vivido hace poco tiempo.

a la ~, o a lo ~.

1. locs. advs. Según costumbre o uso moderno.



De la Frikipedia, modernillo

domingo, 8 de noviembre de 2009

Capítulo XLII: Hagas lo que hagas, ponte bragas. O mejor no.

Hace tiempo que me ronda este post por la cabeza, y si este blog tuviera miles y miles de lectores, me estaría frotando las manos, pues temas como éste probablemente generarían comentarios en los que se me invitaría a ir a comerme no se qué bollos o se me sugeriría que a mí, lo que me hace falta es un buen órgano reproductor masculino.

El caso es que leí recientemente "The beauty myth", de Naomi Wolf. Ésta Naomi, como la Klein, va de agitadora progre por la vida, y se le da la mar de bien. "The beauty myth" plantea cómo las imágenes de belleza femenina, esa belleza de piernas que empiezan en las axilas, bronceado perenne, melenas al viento y glándulas mamarias del tamaño de Luxemburgo se utilizan como armas políticas para mantener a las mujeres en una cárcel virtual que les impida ocuparse de menesteres más provechosos. Como dominar el mundo y convertir a los hombres en esclavos.

La belleza física, entonces, o, permitid que me corrija, una belleza física muy concreta, se convierte en una pantalla de humo. Porque una señora que sale de su casa con las piernas sin depilar no puede ser presidenta de nada, hombre. A dónde vamos a parar.

Un ejemplo sobre el tema que he visto en varias ocasiones y que ahora mismo fue tema de debate candente en el Reino Unido son los telediarios. En España, ¡cómo somos!, este debate ni se plantea. ¿Que cuál es el debate? Pues miren: ¿Cuántas mujeres de más de cincuenta años hay presentando un telediario en España, en cualquier cadena? Cero. ¿Cuántos hombres? El señor Gabilondo, el señor Prats, el señor Saenz de Buruaga... y todos aparecen flanqueados de núbiles y atractivísimas jovencitas que generan encuestas como ésta. En época de crisis, ¿el telediario es la versión casta y económica de la Mansión de Playboy?

La cuestión es que, en el campo de la literatura, ocurre algo parecido. Estoy hablando de literatura, digamos, a pie de calle, aquel listillo de la última fila que se tranquilice, que ya sé que Herta Müller ha ganado el Nobel de literatura (y aún así, en los Nobel de literatura, el ratio hombres:mujeres sigue siendo de risa). Parece que las únicas autoras, para bien o para mal, están presentes, son las que hablan de lo imbéciles que son los hombres y lo malos que son en la cama y nosotras las mujeres, pobrecitas, ¡qué mal que lo pasamos en este mundo! Que oiga, en muchos casos, ¡es verdad! Pero eso no significa que a nadie le apetezca leer compulsivamente a Lucía Etxebarría.

Lucía Etxebarría parece haberse convertido en el paradigma de aquello a lo que las mujeres que escriben pueden o deben aspirar. Ya no por la literatura en sí, sino por esa actitud de ovarios cabreados. Y esto resulta en una especie de cerca que encierra a las mujeres en un universo autoreferencial. Es decir, Michael Cunningham puede ganar un Pulitzer escribiendo sobre el mundo íntimo de las mujeres, ¿pero una mujer no puede escribir, algo, pongamos por ejemplo, a lo Tom Clancy?

J. K. Rowling, no sé si mucha gente recordará esto, publicó los primeros Harry Potters con ese nombre y no como "Joanne Kathleen Rowling" porque la editorial temía ahuyentar a los niños (niños con pene, quiero decir, no adultos pequeños), que pensarían "Puh, si lo ha escrito una señora, paso". ¡Y eso que Stephenie Meyer aún no se había puesto manos a la obra! ¿Hasta qué punto entendemos la literatura en clave de género, que lo que el autor tiene entre las piernas nos hace aplicar un código determinado al libro antes siquiera de quitarle la etiqueta del precio?

Yo no tengo respuesta para esto. El dilema me confunde, porque veo cosas, pero no sé lo que significan. Cosas como que todos los presentadores de programas de mañana en este país son mujeres. Ana Rosa Quintana, Susana Griso, Mariló Montero... se acompañan de efebos y caballeros, pero la programación de la mañana lleva bragas. ¡Qué empowered, cuánta emancipación! Y, sin embargo... todos los conductores de late o semi-late night show son señores. Aquí y al otro lado del charco. Buenafuente, Jay Leno, Wyoming, David Letterman, Risto Mejide... la aventura de Eva Hache fue una rareza efímera. Y alguna feminazi saltaría que, para poner pie en este ruedo de machos, tuvo que hacerlo a lo Diane Keaton. Pero yo no lo sé.

Me preocupa no saber desentrañar estas cuestiones de género, porque tengo la sensación de que se me escapa algo, algo esencial para comprender este mundo, a la par de aquello que el poder corrompe y por qué hay gente que se come a los gatitos.

Qué fastidio esto de no tener respuestas a preguntas que ni sé cómo formular.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Capítulo XLI: ¡No sé por qué los domingos por el fútbol me abandonas!

Resulta, yo no lo sabía, que en españa los futbolistas extranjeros, fichados con contratos millonarios que se ve que no les daran para comer, porque luego, ¡los pobres!, se tienen que dedicar a anunciar zapatillas y coches y natillas y colacaos para llegar a fin de mes, declaran menos a hacienda que sus compañeros españoles, igual de necesitados de la publicidad para pagar el alquiler y el colegio de los niños. O algo así. Mire, yo es que de fútbol no entiende. Total, lo que pasa es que el Sr. 600.000€/año paga los mismos impuestos que el Sr. 30.00€/año.

Pero resulta que ahora alguien, tampoco sé muy bien quién, ha decidido que eso no vale, que es injusto, como el sistema impositivo de tramos que tenemos en este país, pero, ¡ah!, con ése, nadie se mete, y bueno, ahora los futbolistas extranjeros pagarán como todo hijo de vecino. Que también es para decir, ¡oiga! Si resulta que no es el clima, ni la dieta mediterránea, ni la cultura lo que atrae a los extranjeros, ¡es Hacienda! Los señores de los impuestos podrían hacer un calendario, todos desnudos cubriéndose estratégicamente con declaraciones de la renta y sellos de tampón, la bomba, vamos.

Huy, que no sé por dónde iba. Ah, sí. Que el Sr. Liga Española (Española por parte de madre, Liga por parte de padre), que es el que maneja todo el cotarro y decide qué miércoles me va a tocar volver a casa en un metro a reventar de turistas que entienden que la vida está para que las suelas de los zapatos se peguen a los charcos de cerveza que derraman con tanto cariño cuando acuden en masa a ver el partido, ése señor, dice que los clubes de fútbol, que son entidades de una alarmante precariedad económica comprobadísima porque todo, ¡todo! lo hacen por el bien del aficionado, van a perder mucho dinero, que ésos pobres jugadores tendrán que hacer más anuncios y que eso no puede ser.

Que si les obligamos, muy a su pesar, con gran pena en el corazón, tendrán que ir a la huelga.

Y a mí me parece la mar de bien. ¡Es el derecho del trabajador! Que salgan todos a manifestarse, que repartan panfletos, ¡todos unidos! Y si hay que pasar una semana sin fútbol, ¡se pasa! ¡Una y las que haga falta, yo me sacrifico gustosísima!

Imaginen, sin embargo, el drama nacional. Sábado por la noche. Las familias reunidas alrededor del televisor, y... nada. Como una noche de apagón, pero con luz.

Y, aprovechando que hay luz, y que la programación de los sábados por la noche, no nos engañemos, es, por decirlo con suavidad, una boñiga de vaca pinchada en una rama reseca, ¿por qué no ponerse cómodo y abrir un libro?