martes, 26 de mayo de 2009

Desde mi mesilla de noche



Inauguro una nueva sección en la que comentaré, a vuelapluma, las lecturas que me ocupenen cada momento. Estoy segura de que el mundo contendrá la respiración ante esta idea tan archifantástica e inédita, pero guárdense los clínex, que no es para tanto.

El pequeño Lord Fauntleroy, que es como he bautizado al galán británico que me corteja actualmente, me prestó una novela de su infancia que perteneció también a su padre durante su niñez titulada "The Box of Delights". Escrita por John Masefield y publicada en 1935, narra las aventuras de un niño la mar de espabilado a quien le es encomendada la misión de guardar una cajita mágica porque su dueño vive bajo la amenaza de una banda de maleantes que quieren hacerse con ella.

La trama, así como los personajes, son de cajón, del cajón del que Enid Blyton sacaría a Los Cinco y a los Siete Secretos, del cajón, en fin, del que se sacaría gran parte de la literatura infantil de posguerra, donde los niños son de un bien educado que asusta, y atrapan a los villanos con una candidez aterradora, y la historia acaba con uno de esos giros finales prefabricados, que más que un recurso narrativo se han convertido en un cliché caricaturesco, del estilo de "están muertos y no lo saben" o "el asesino es el mayordomo".

Sin embargo, la novela contiene un poderoso elemento fantástico que, a pesar de estar poco desarrollado, resulta ciertamente interesante. Incluso se habla de Ramón Llull (Ramon Lully para los bretones) y de sus posibles descubrimientos para viajar en el tiempo y la lectura resulta, ni más ni menos, ¡charming!

No hay comentarios: