lunes, 11 de mayo de 2009

Capítulo XXIX: Fernandito, ¡quién nos ha visto, y quién nos ve!

Resulta que hace unas semanas me enteré de que, ¡albricias y zapatetas!, la editorial Columna Jove acababa de publicar la nueva entrega de las aventuras de Flanagan, el joven detective, el que fue mi Ammor de la tierna adolescencia. Evidentemente, corrí rauda a la primera librería generalista que se me puso por delante, y me llevé el libro firmememente atesorado contra mi pecho.

Lo devoré entre suspiros de nostalgia y amor no correspondido en un vuelo Girona-Bristol (a pesar de las constantes interrupciones de cierta aerolínea cuyo nombre no voy a revelar, pero que sentía la necesidad constante de comunicar a su pasaje por los altavoces que, "¡Tachán! ¡Ahora pueden comprar a bordo deliciosas bebidas y tentempiés Marca Ryanair Anónima, que resulta que es EXACTAMENTE IGUAL a ésa bazofia que sirven otras aerolíneas por cuyos billetes pagan ustedes hasta siete veces más, merluzos!", y "¡Tachán! ¡Ryanair Aerolíneas Anónimas ha aterrizado veinte minutos antes de lo que ponía en su billete porque la hora de su billete está retrasada artificialmente somos la aerolínea más puntual de Europa!").

Pero no dejéis que me vaya por las ramas, y si os cansa que hable de aviones, dad dinerillos a la fundación que está investigando eso del teletransporte. El caso es que, en líneas generales, la novela está bien, aunque parece escrita así un poco como a vuelapluma, como si los autores estuvieran demasiado ocupados tomando el sol en una playa caribeña con toda la pasta que les ha generado la saga de Flanagan. Si Andreu Martín lee esto algún día, se va a poner cardíaco porque haya descubierto su secreto.

Total, que "Flanagan Flashback" no está nada mal, a pesar de lo que yo diga, pero no puede decirse lo mismo de ésta lectora de ustedes. Resulta que sufrí una conmoción mortal cuando leí que, en esta última entrega de sus andanzas, nuestro héroe tiene dieciocho años. Dieciocho años que en la novela se viven como "¡Uuuh! ¡Qué mayor!", y yo viví como un "¡Uuuuh! ¡M está entrando en la decrepitud!".

Porque, a ver. Yo leí "No demanis llobarro fora de temporada" a los, digamos, once años, si no recuerdo mal. Y ahí Flanagan tenía unos trece o catorce. Así que crecimos más o menos codo con codo, lo que contribuyó a alimentar mi infatuación, pero ahora EL MOCOSO ESTE TIENE DIECIOCHO AÑOS. Y ya no me inspira sofocos de Ammor, sino, más bien, ganas de escupir en un pañuelo y limpiarle el chocolate de las comisuras de la boca. Algún listillo desde la última fila saltará que a todos los que empezaron a leer Harry Potter cuando tenían la misma edad que Harry Potter en "La piedra filosofal", y siguieron leyendo a ritmo de publicación les pasó lo mismo, y tendrán razón, pero es que, oiga, a mí Harry Potter, sofocos, ninguno.

Ahora que lo pienso, me ocurrió lo mismo al leer "El Club de las canguro" (estaremos de acuerdo en que podría ser peor), cuando los trece años me parecían el colmo de la madurez, porque ¡tus padres te dejan salir hasta las nueve menos cuarto!, y ¡ganas tres dólares la hora haciendo de Mary Poppins a unos niños malcriados!. Y luego pasé de los trece, los catorce y los quince y todos los que vinieron detrás, y lo que probablemente fue el Bridget Jones de mi adolescencia, se convirtió en "esos libros sobre niñas espabiladas". Como los libros de Enid Blyton.

No sé por qué, pero a los niños de Enid Blyton nunca los vi mayores...

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