sábado, 30 de mayo de 2009

Capítulo XXXII: Scott McCloud me ha estrechado la mano, ¡dos veces!

Otro día en el Salón del Cómic de Barcelona. Hoy, mucho menos agotador, porque sóle he ido para ir de conferencias. Como anuncié hace unos pocos posts, Scott McCloud ha venido, y hoy daba su conferencia, y a lo mejor no me hubiera dejado arrancar el hígado por ir, pero tenía muchas, muchas ganas.

Si yo no tuviera padre, me pondría en adopción para hacerme hija de Scott McCloud. Hay que ver, qué señor más majo. Y qué conferencia tan amena y fantabulosa. Estos americanos serán muchas cosas, pero de hacer conferencias amenas y fantabulosas, saben un rato.

Lo que sigue es una transcripción de las notas que he tomado durante la conferencia. Lo que aparezca entre comillas son citas directas (traducidas), y lo demás espero que, por un lado u otro, tenga algún sentido. Hay mucho sacado de su obra, así que si habéis leído sus libros acerca del cómic, eso que tendréis ganado.

Y sin más preámbulo, ¡tachín, tachín, chimpún!, comienzo.

"Nadie nos dio a elegir el mundo en el que nacimos. Creo que tenemos el derecho, como seres humanos, de poder escapar a otros mundos [a través de la lectura, los videojuegos, el cine...], y de crear otros mundos a los que poder escapar."

Cada medio tiene una forma distinta de construir estos mundos, pero nosotros sólo nos quedamos con la esencia, la narración (el arco proscénico, que separa al espectador del escenario, desaparece). ¿Pero qué ocurre si el escenario cambia constantemente? Es lo que ocurre con las nuevas tecnologías. Para contar historias en estos medios tenemos que entender cuál es el modelo que inspira estos cambios:

Proceso:
- Aparece una idea
- Varias personas (genios, locos), desarrollan la idea
- Otros la ponen en práctica
- Una de esas puestas en práctica funciona y empieza a generar dinero
- Surge toda una construcción empresarial/comercial alrededor de esa puesta en práctica
- Hasta que se genera una nueva idea, y vuelta a empezar.

Durante su infancia y adolescencia, McCloud se reunía con unos amigos (Chris Bing, Ted y Brian Dewan y Kurt Busiek), y solían jugar a una especie de Cadáver exquisito, pero en viñetas, que ellos llamaban 'Quantum Comics': Alguien inventaba un título, y otra persona dibujaba la historieta.

El contacto con estos tres amigos le dio a McCloud tres perspectivas a la hora de entender el cómic:

1. El cómic como forma de narrar > Animismo
2. El cómic como una manifestación de maestría artística > Clasicismo
3. El cómic como algo duro, honesto, auténtico > Iconoclasmo

Pero a McCloud le faltaba una perspectiva, algo que le moviera más que las demás, que fue la defendida por Eisner o Spiegelman, el cómic por el cómic:

4. El cómic como forma de arte > Formalismo

Esta teoría es peligrosa, porque no es bueno encasillar a la gente. Más que como categorías, debería de entenderse a estas definiciones como fuegos de campamento, alrededor de los cuales uno puede sentarse y calentarse, para luego alejarse y acercarse a otro.

La categoría número 4. es la que entiende el cómic como algo científico, sujeto a la experimentación. Pero, ¿cómo podemos ver el cómic de una forma científica?

Formatos (en orden de aparición -más o menos-)
- Prensa
- 'Comic book'
- Novela gráfica
- Cómic europeo
- Manga
- Webcomic

=> El denominador común es que, en todos los casos, se trata de un MEDIO VISUAL, en el que las palabras, las imágenes y los símbolos trabajan juntos para se percibidos a través de la misma.

La mente humana funciona desde la perspectiva de lo humano, y se esfuerza por construir formas y significados familiares por escasos que sean los medios.

LOS CÓMICS COMUNICAN EL SENTIDO DEL TIEMPO A TRAVÉS DEL SENTIDO DE LA VISTA.
Crear un cómic es crear un mapa del tiempo.
El artista crea algo que ver en cada viñeta, y algo que imaginar entre ellas.

El cómic existía antes de la imprenta (Egipto, Roma, Edad Media...), y, por lo tanto, es razonable esperar que segurán existiendo después de la imprenta.

Hay seis expresiones faciales básicas que pueden mostrarse en distintas intensidades. La mezcla de estas expresiones genera emociones distintas (y ésta página web es la monda).

Lenguaje corporal ('Involvement vs. Space', historieta de Will Eisner)

Webcomic

Si entendemos los cómics como un mapa del tiempo, no debería haber ninguna necesidad de fragmentarlos en páginas (pantalla como ventana, "lienzo infinito"). Cuando vemos los cómics como una ventana, podemos hacerlos de la misma forma en la que se compone la música, sin temor a chocar con el final de la página ("Pup contemplates the death of the universe", de Drew Weing).

"The right number" (Scott McCloud); Cada viñeta está incrustada en el interior de la anterior (¡algo imposible de hacer con medidas razonables de papel!)

Daniel Merlin Goodbrey

Todos los cómics pueden ser colocados sobre un gran lienzo. En libros, películas y obras teatrales, siempre es el ahora, pero en los címics, presente, pasado y futuro rodean al lector al mismo tiempo.

Qué es una historia?

Una historia tiene que ver, principalmente, con el deseo...

"El mago de Oz" > El deseo de Dorothy es EL HOGAR
"¡Qué bello es vivir!" > El deseo del personaje de George Bailey es VER EL MUNDO
"La Sirenita" > El deseo de Ariel es estar entre HUMANOS

... y la forma de contar la historia tiene que ver con si el deseo se cumple o no, y si ese deseo se transforma o no. Raras veces se cuenta una historia desde el nacimiento hasta la muerte de un personaje, sino que se cuenta desde la aparición del deseo hasta su resolución.

Neil Cohn: Información sobre comunicación visual y cómic.

En la tradición francobelga ("hijos de Hergé"), la prioridad es crear un mundo.
En la tradición japonesa ("hijos de Tezuka"), la prioridad es hacer que el lector se sienta partícipe en la acción.
En los Estados Unidos, los personajes de cómic SABEN que el lector está ahí, y raramente le dan la espalda.

Scott McCloud ha asesorado a varias compañías sobre el uso del cómic en plataformas de videojuego, pero no dice nada por si resulta que es ilegal divulgarlo.

¡Tararí, chimpún chimpún! Fin

viernes, 29 de mayo de 2009

Capítulo XXXI: El síndrome del autor huérfano

He llegado a casa destrozada tras un largo día en el 27º Salón del Cómic de Barcelona. La mañana ha traído consigo un chasco considerable, pues la muy vituperada traducción con la que yo tenía que mediar entre Bayarri y Llassans y el señor Dargaud, que Bayarri publicitó en su blog, no ha tenido lugar, pues la organización ya había puesto traductores a los editores invitados. Vamos, que me lo dicen y me ahorro la carrera del taxi.*

Y por la tarde, mi objetivo era doble: David Rubín y Scott McCloud. McCloud es un señor americano pura cepa, majo como él sólo, ¡y qué gusto da el fordismo con el que despacha las firmas! Pim-pam-pum, en veinte minutos se ha liquidado a dos tercios de su cola. Un "For Fulanito", una firmita, un garabato y cenquiuberimach.

Pero David Rubín, ah, David Rubín es otra historia. David Rubín escribe dedicatorias de cinco líneas y hace unos dibujos que es para que a uno se le salten las lágrimas. David Rubín es capaz de pasar más de cinco minutos por dedicatoria. Pero sus fans le perdonamos, porque es divino y maravilloso, y le quiero con locura. David Rubín, David Rubín, si lees esto, yo era la número siete de la cola, la señorita vestida de Miss Moneypenny que pasaba más calor que un pollo a l'ast y te ha abanicado con tu versión de "Romeo y Julieta".

Al lado de David Rubín estaba José Fonollosa, formando ejemplares de "El viaje de Darwin". Firmando ejemplares es lo que tenía que estar haciendo, pero la triste realidad es que no había nadie, ¡nadie! haciendo cola por él.

Y mi sangre de Médicis** se ha inflamado.

Hace dos años, me pasó lo mismo con Karlien de Villiers, que firmaba "Mi madre era una mujer hermosa", al lado de Purita Campos, que se estaba hartando de firmar ejemplares de "Esther y su mundo" a señoras de mediana edad. Así que compré "Mi madre era una mujer hermosa", y pacientemente esperé a que Karlien de Villiers dibujara, entintara y acuarelara una dedicatoria pantagruélica en la primera página.

Fonollosa no ha sido menos. Me ha dibujado un barco (le he pedido un gorrión; pero ha manifestado ser incapaz de tamaña hazaña artística), y lo ha entintado y sombreado con tinta china. Espero que se haga famoso un día. Así podré decir que yo tengo un ejemplar firmado de cuando molaba.



* En "La ejecución del autor ha sido cancelada" queremos desmentir que seamos unas criaturas aburguesadas que se niegan a utilizar otros medios de transporte público más masificadas. Es que llegaba tarde.

** Figurada. Aunque si alguien me quiere pagar un test de ADN por si las moscas, ¡adelante!

martes, 26 de mayo de 2009

Desde mi mesilla de noche



Inauguro una nueva sección en la que comentaré, a vuelapluma, las lecturas que me ocupenen cada momento. Estoy segura de que el mundo contendrá la respiración ante esta idea tan archifantástica e inédita, pero guárdense los clínex, que no es para tanto.

El pequeño Lord Fauntleroy, que es como he bautizado al galán británico que me corteja actualmente, me prestó una novela de su infancia que perteneció también a su padre durante su niñez titulada "The Box of Delights". Escrita por John Masefield y publicada en 1935, narra las aventuras de un niño la mar de espabilado a quien le es encomendada la misión de guardar una cajita mágica porque su dueño vive bajo la amenaza de una banda de maleantes que quieren hacerse con ella.

La trama, así como los personajes, son de cajón, del cajón del que Enid Blyton sacaría a Los Cinco y a los Siete Secretos, del cajón, en fin, del que se sacaría gran parte de la literatura infantil de posguerra, donde los niños son de un bien educado que asusta, y atrapan a los villanos con una candidez aterradora, y la historia acaba con uno de esos giros finales prefabricados, que más que un recurso narrativo se han convertido en un cliché caricaturesco, del estilo de "están muertos y no lo saben" o "el asesino es el mayordomo".

Sin embargo, la novela contiene un poderoso elemento fantástico que, a pesar de estar poco desarrollado, resulta ciertamente interesante. Incluso se habla de Ramón Llull (Ramon Lully para los bretones) y de sus posibles descubrimientos para viajar en el tiempo y la lectura resulta, ni más ni menos, ¡charming!

domingo, 17 de mayo de 2009

Capítulo XXX: Estas Mujercitas no tejen calcetines calados

Hay un género literario vituperado, desdeñado e incluso insultado hasta la saciedad. La crítica literaria, tan dispersa y poco unitaria en sus halagos, se cierra en banda para poner a caldofrán a todo un género, sin hacer distinciones, ni excepciones. Crucifican a carretilladas de autoras y sus obras. Y punto.

Estoy hablando, y el sagaz lector se habrá dado cuenta por el uso alevoso del femenino en la línea anterior, del género comúnmente denominado como "chick-lit" ("chick", literalmente, "pollita", es el equivalente anglosajón a "¡Mozaa!", y "lit", abreviatura de lo más hip, cool y trendy de "literature"). Según la Wikipedia, literatura por y para mujeres. Según haroldbloomistas y otros críticos literatios de placa en la puerta del despacho, bazofia banal, vergüenza de la literatura de escapismo, ligeramente menos aceptable, en la escala del esnobismo literario que leer a Dan Brown.

Es cierto, y desde "La ejecución del autor ha sido cancelada" nunca mentiremos a nuestros lectores, que un número alarmante del segmento de las librerías dedicado a la "chick-lit" parece girar de forma obsesiva alrededor de los zapatos, el estilo de vida Cosmopolitan y el hombre ideal, y por qué éstas son tres elementos fundamentales en la vida de cualquier mujer contemporánea. Pero no es menos cierto que "El diario de Bridget Jones", que probablemente sea la obra fundacional de este género (porque Jane Austen y las hermanas Brontë hacían LITERATURA, ¡dónde vamos a parar!), es una obra que debería estar en "El nuevo cánon occidental"*.

Lo que descubrí recientemente es que existe todo un nuevo subgénero alrededor de la "chick-lit" dirigida a niñas y (pre)adolescentes. Los títulos y los nombres de los autores son muchos y de muy diversa índole (como corresponde a toda fiebre clasificadora que se da cuando surge un nuevo género, ¿pues no resulta que ahora Scott Westerfeld hace "Fantasía Urbana"? Empiezo a sospechar cada vez más que todo lo que no se considera "LITERATURA" es encajado bajo el restrictivo sambenito de un género.)**

Sea como fuere, hay una reina indiscutible de este género, sub-género, sub-sub... perdón, me he perdido. Alguien que estaba por aquí mucho antes de que el listillo que se inventó lo de "chick-lit" fuera, ya no engendrado, sino pensado.

Hablo de Jacqueline Wilson, esa señora que parece la tía excéntrica que a todos nos gustaría tener, que ha publicado más de una cincuentena de novelas dirigidas a niñas y adolescentes, que no tienen nada que ver con las páginas tóxicas con las que a menudo se pretende entretener a las niñas.



Las historias de Jacqueline Wilson están, por un lado, muy ligadas a determinadas realidades sociales en el Reino Unido ("The Bread and Breakfast Star", por ejemplo, parece un spin-off the "Cathy, come home", sin ir más lejos), que convierten a la autora en una eficientísima retratista de ésas realidades sociales y el efecto que tienen sobre los miembros más jóvenes y más vulnerables de la sociedad.



Pero lo que la convierte en una de las autoras infantiles más brillantes de los últimos años es la precisión con la que captura la voz y la personalidad de sus protagonistas. Narradas siempre en primera persona, sus historias transmiten una y otra vez a sus lectoras que hay alguien ahí que está pasando por lo mismo. No sólo resulta perfectamente verosímil y creíble, sino que funciona como una mano tendida en la aterradora aventura de crecer. Sea cual sea el problema, Jacqueline Wilson ha hablado de él. El hecho de que se limite estrictamente a historias muy realistas, con una clara voluntad de cierto costumbrismo y mucha valoración social las convierte en obras de referencia en muchos aspectos, y muy recomendables para la gente pequeña y los que se suponen responsables de su educación.



Lo que resulta peculiar es que Jacqueline Wilson no deja pasar una oportunidad para referenciarse a sí misma en sus libros, hasta el punto de que en uno de ellos, "Clean Break", la autora favorita de la protagonista se llama "Jenna Williams", y su bibliografía es sospechosamente parecida a la de Jacqueline Wilson... Pero tampoco vamos a ponernos pelmas, y lo adjudicaremos a los simpáticos guiños con los que a la autora le gusta saludar a sus admiradores desde sus páginas.



También merece nuestra atención el hecho de que en ninguna de sus obras la autora prescinde de las ilustraciones de Nick Sharratt. Sharratt, uno de los ilustradores más prolíficos del Gran Bretaña, ha perfeccionado con los años un estilo inconfundible y maravillosamente personal, que resulta del todo natural en las novelas de Jacqueline Wilson dirigidas a los más pequeños, pero no deja de ser una sorpresa refrescante como contrapunto a esos diseños de portada "tan modernos" de la mayoría de novelas para adolescentes para captar la atención de su público objetivo.



* Obra que, no teman, publicaré cuando Harold Bloom muera. No sea que la impresión causada por la lectura de lo que sería ese compendio de eclécticas barbaridades se lo lleve al otro barrio antes de lo estrictamente necesario.

** Próximamente***, una larga y ponderada entrada sobre este tema.

*** Siendo "Próximamente" un término relativo que puede tanto referirse a "mañana" como a "en una dimensión paralela".

lunes, 11 de mayo de 2009

Capítulo XXIX: Fernandito, ¡quién nos ha visto, y quién nos ve!

Resulta que hace unas semanas me enteré de que, ¡albricias y zapatetas!, la editorial Columna Jove acababa de publicar la nueva entrega de las aventuras de Flanagan, el joven detective, el que fue mi Ammor de la tierna adolescencia. Evidentemente, corrí rauda a la primera librería generalista que se me puso por delante, y me llevé el libro firmememente atesorado contra mi pecho.

Lo devoré entre suspiros de nostalgia y amor no correspondido en un vuelo Girona-Bristol (a pesar de las constantes interrupciones de cierta aerolínea cuyo nombre no voy a revelar, pero que sentía la necesidad constante de comunicar a su pasaje por los altavoces que, "¡Tachán! ¡Ahora pueden comprar a bordo deliciosas bebidas y tentempiés Marca Ryanair Anónima, que resulta que es EXACTAMENTE IGUAL a ésa bazofia que sirven otras aerolíneas por cuyos billetes pagan ustedes hasta siete veces más, merluzos!", y "¡Tachán! ¡Ryanair Aerolíneas Anónimas ha aterrizado veinte minutos antes de lo que ponía en su billete porque la hora de su billete está retrasada artificialmente somos la aerolínea más puntual de Europa!").

Pero no dejéis que me vaya por las ramas, y si os cansa que hable de aviones, dad dinerillos a la fundación que está investigando eso del teletransporte. El caso es que, en líneas generales, la novela está bien, aunque parece escrita así un poco como a vuelapluma, como si los autores estuvieran demasiado ocupados tomando el sol en una playa caribeña con toda la pasta que les ha generado la saga de Flanagan. Si Andreu Martín lee esto algún día, se va a poner cardíaco porque haya descubierto su secreto.

Total, que "Flanagan Flashback" no está nada mal, a pesar de lo que yo diga, pero no puede decirse lo mismo de ésta lectora de ustedes. Resulta que sufrí una conmoción mortal cuando leí que, en esta última entrega de sus andanzas, nuestro héroe tiene dieciocho años. Dieciocho años que en la novela se viven como "¡Uuuh! ¡Qué mayor!", y yo viví como un "¡Uuuuh! ¡M está entrando en la decrepitud!".

Porque, a ver. Yo leí "No demanis llobarro fora de temporada" a los, digamos, once años, si no recuerdo mal. Y ahí Flanagan tenía unos trece o catorce. Así que crecimos más o menos codo con codo, lo que contribuyó a alimentar mi infatuación, pero ahora EL MOCOSO ESTE TIENE DIECIOCHO AÑOS. Y ya no me inspira sofocos de Ammor, sino, más bien, ganas de escupir en un pañuelo y limpiarle el chocolate de las comisuras de la boca. Algún listillo desde la última fila saltará que a todos los que empezaron a leer Harry Potter cuando tenían la misma edad que Harry Potter en "La piedra filosofal", y siguieron leyendo a ritmo de publicación les pasó lo mismo, y tendrán razón, pero es que, oiga, a mí Harry Potter, sofocos, ninguno.

Ahora que lo pienso, me ocurrió lo mismo al leer "El Club de las canguro" (estaremos de acuerdo en que podría ser peor), cuando los trece años me parecían el colmo de la madurez, porque ¡tus padres te dejan salir hasta las nueve menos cuarto!, y ¡ganas tres dólares la hora haciendo de Mary Poppins a unos niños malcriados!. Y luego pasé de los trece, los catorce y los quince y todos los que vinieron detrás, y lo que probablemente fue el Bridget Jones de mi adolescencia, se convirtió en "esos libros sobre niñas espabiladas". Como los libros de Enid Blyton.

No sé por qué, pero a los niños de Enid Blyton nunca los vi mayores...